"Quiero contarles algo muy curioso que me sucedió días atrás.
Fui a un quiosco de la calle San Martín casi esquina Viamonte. Mi intención era comprar un chocolate. Cuando estaba eligiendo entre todas las variedades (como buena libriana tardo unos largos minutos en escoger el chocolate perfecto), un señor de unos setenta años aproximadamente, comienza a hablar a los quiosqueros en un inglés raro, como quejándose. No pude evitar preguntar qué sucedía, ya que las caras de los que atendían lo decían todo: ninguno de ellos hablaba ni comprendía el inglés. Le pregunté al señor extranjero en su idioma qué le sucedía, y me contó que había dejado unas botas de piel y cuero para su arreglo, en el negocio de al lado y que ya estaba cerrado. Pero como era viernes, y él viajaba de regreso a su país, Australia, el día domingo, ya no podría recuperarlas. El señor casi se largaba a llorar, y yo, lejos de comer un chocolate, cuando ni siquiera lo había elegido, comenzaba a comprometerme con esta historia ajena.
Nos quedamos charlando unos quince minutos, en el quiosco. En el relato, el señor me contaba que esas botas eran muy importantes para él. A su vez, me contó que le habían robado, mientras rezaba, en la Iglesia Santa Catalina (frente al quiosco) la cámara de fotos con las doscientas fotos que había sacado de nuestro país y de Brasil. ¡Qué desgracia! pensaba por dentro.
La charla continuó un poco más, hasta que me di cuenta que - lejos de sospechar de él- ya estaba totalmente involucrada con su problema. Le dije que yo iría al lunes siguiente a retirarselas, y que se las enviaría por una empresa de correo internacional. Los del quiosco comenzaron a reirse, y a decirme que no le mienta. Les aseguré que no era mentira, y que realmente quería ayudarlo. Finalmente, el pobre anciano me dio $100 pesos, que era (aunque Ud. no lo crea) el importe del negocio que arregla zapatos!!! (con ese dinero se hubiera comprado otras botas). También me dio el ticket y sus datos personales (mail y direccion postal de Australia), confiando plenamente en mí, una desconocida.
Los del quiosco ya estaban de fiesta pensando que apenas se retirase el turista, yo iba a gastar o guardarme el dinero. Les hice una apuesta, y al lunes siguiente, fui a la casa donde estaban las botas, y las retiré. Los que atendían me dijeron que el señor les dejo una carta diciendo "Dejé el dinero a una señorita que no conozco, pero confio plenamente en ella. Cuando venga a retirar las botas, diganle que las lleve al Hotel donde me alojé que ellos se encargarán".
Los que atendían ese negocio no podían creer que yo haya ido con el dinero a retirarle las botas a un desconocido (Y yo no podia creer lo que le habían cobrado al pobre hombre)
Finalmente, me dijeron que ellos se la llevaban al hotel y yo supervisaría todo enviandole un correo a este anciano australiano para chequear que le lleguen.
Una semana después, recibí la noticia que el hombre tenía las botas en su poder. El hotel finalmente se las habia enviado a través de otro australiano que se alojaba allí.
Al día siguiente, fui al quiosco... Los que atendían me preguntaron ¿Qué pasó con las botas del turista?
Y sin que puedan creerlo, les conté que ya estaban en su poder.
Como premio, no sólo conseguí que el australiano se lleve un mejor recuerdo de la Argentina, sino que los quiosqueros me regalasen un chocolate, que esta vez sí, elegí con mucha rapidez...!!"
Texto escrito por Nínawa Daher el jueves 18 de septiembre de 2008 a la 1:40 de la mañana.
Agradecimientos a Lucre Sar por la fotografía.
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